Este es un año electoral en la Universidad Nacional de Catamarca. Las expectativas en la comunidad universitaria están puestas en la distribución de espacios de poder y, en función de ese esquema, que podrá caracterizarse por el consenso o por la imposición de los votos de los distintos claustros, en los nombres de las personas que ocuparán los cargos de decano de las facultades y de rector.
No hay, en cambio, expectativas de un debate respecto del modelo de universidad que Catamarca necesita, un modelo de organización interna y de relacionamiento con la comunidad. La discusión se limita a la distribución de los espacios de poder, con incidencia incluso de los partidos y agrupaciones políticas, que fuerzan alineamientos transversales a los claustros. Este comportamiento político impide que cada claustro exprese sus propias reivindicaciones, que son muchas veces contrarias a las de otros claustros. Lo que importa en la estructuración política según intereses partidarios o personales. Si, por ejemplo, alumnos, docentes o nodocentes tienen intereses que en determinadas circunstancias son contrapuestos, esas discrepancias no afloran porque lo que importa es el alineamiento político que procura juntar los votos suficientes para consagrar a tal persona como decano o como rector. No hay, en consecuencia, una práctica democrática verdadera sino un juego de números que determina la distribución del poder, condicionada por el reparto de canonjías de diversos tipos. Una suerte de clientelismo académico.
No hay en la UNCA una práctica democrática verdadera sino un juego de números que determina la distribución del poder, condicionada por el reparto de canonjías de diversos tipos. No hay en la UNCA una práctica democrática verdadera sino un juego de números que determina la distribución del poder, condicionada por el reparto de canonjías de diversos tipos.
Si la UNCA nació de un empeño colectivo hace más de medio siglo, que implicó una construcción democrática y relativamente horizontal, a poco de fundarse como unidad académica de estudios superiores se consolidó como una estructura cerrada y verticalista, que declama los principios reformistas que transformó la educación superior hace poco más de un siglo como profesión de fe, pero los escatima en la práctica.
Rituales de legitimación
En una columna de opinión publicada el pasado jueves, Belisario Cruz expresa un pesimismo realista respecto de la posibilidad de un cambio de personas y de modelo de universidad. “En la UNCA –sostiene-, como en muchas casas de altos estudios de nuestro país, los procesos electorales no operan como instancias de cambio real, sino como rituales de legitimación de lo establecido. Siempre los mismos”.
Más adelante señala la contradicción entre lo que la universidad pública simboliza en el imaginario social y lo que verdaderamente representa en función de sus prácticas políticas: “Cada uno de nosotros creemos y, por suerte nuestro país todavía sostiene esta creencia, que las universidades públicas son el puntapié inicial para la transformación social, el debate crítico, la renovación y la movilidad social. Si observamos cómo transcurre el proceso electoral en la Universidad Nacional de Catamarca podemos decir que se presenta una tendencia inversa, la reafirmación de un conservadurismo profundamente enraizado en el sistema universitario. Sumado a la hipócrita y avasalladora conducta antidemocrática de actores políticos externos que en el intento irracional de cuidar las pocas filas que poseen, se introducen a navegar en las elecciones universitarias estropeando el proceso con el solo ánimo de flanquear el camino, interpretando a su gusto y preferencia lo que dictan los reglamentos”.
La estrategia de acuerdos superestructurales que son moneda corriente en los procesos electorales es un emergente simbólico del perfil general de la UNCA. Por eso, la necesidad de cambio que se advierte desde hace mucho tiempo no se agota en lo meramente electoral, sino que es preciso que se materialice también en el funcionamiento interno de la institución y en su proceso de interacción con la comunidad en la que está inserta.
Respecto de un renovado perfil de universidad, Cruz propone “una universidad en la que las carreras no se abran por conveniencia, sino por estrategia de desarrollo; que las cátedras sean espacios de docencia crítica y compromiso; en donde los estudiantes, docentes y nodocentes participen con voz real, no como espectadores del armado de listas y sometidos a las preferencias hegemónicas de quienes dominan la universidad”.
Modelos extensionistas
Pero una eventual renovación hacia adentro –que por ahora no se visualiza como posibilidad real, aunque dentro de la propia UNCA existan protagonistas y sectores con sincera voluntad transformadora, aunque con incidencia muy limitada en las decisiones institucionales- implicará necesariamente una transformación del rol de la universidad en su práctica extensionista. Es decir, en su relación con la sociedad en su conjunto y sus organizaciones.
Si bien en los últimos años se han constatado experiencias virtuosas en este aspecto, predomina en la UNCA, cuando se habla de vinculación con la comunidad, un enfoque academicista, de divulgación científica y de transferencia tecnológica. Humberto Tomassino, investigador uruguayo experto en extensión universitaria, doctor en medicina y doctor honoris causa de la Universidad de Rosario, señala que en esta perspectiva tradicional “no se establecen prioridades en relación con vínculos que la universidad debe cultivar con mayor énfasis y compromiso, por ejemplo, respecto a sectores que evidencian problemáticas socioeconómicas críticas. Esta situación genera condiciones para que lo que prime, en cambio, sea la subordinación de la política extensionista a las necesidades que presentan, por un lado los agentes económicamente activos del capital (en el juego de oferta y demanda que establecen con las universidades como proveedoras de soluciones técnicas o servicios), y por otro lado, las demandas provenientes del sector productivo, cuya atención es ocasionalmente promocionada por otras instituciones del Estado”.
En contraposición, gana terreno un modelo más adecuado para establecer los vínculos entre la universidad y la comunidad, denominado de extensión crítica, concebida, según Tomassino, “como un proceso crítico y dialógico que pueda trascender la formación exclusivamente técnica que genera la universidad ´fabrica de profesionales´ y alcanzar procesos formativos integrales que generen universitarios solidarios y comprometidos con los procesos de transformación de las sociedades latinoamericanas”.
Es decir, un proceso en el que la universidad articule en la creación de saberes con las organizaciones de la comunidad, involucrándose en las tensiones sociales y haciendo aportes que sean capaces de cambiar la realidad en un sentido de justicia e igualdad de oportunidad para todos.
El nuevo proceso electoral que se abre en la UNCA es oportunidad propicia para que todos los actores, incluidos los que ahora cumplen un papel periférico por el carácter vertical y cerrado del funcionamiento institucional, hagan aportes que propicien un cambio real tanto en la dinámica democrática interna como en su relación con la sociedad en la que está inserta.