Cuando las nubes esconden la sombra (Chile, Argentina, Corea del Sur/2024). Dirección: José Luis Torres Leiva. Guion: José Luis Torres Leiva, Alejandra Moffat. Fotografía: Cristián Soto. Música: Diego Noguera. Edición: José Luis Torres Leiva, Andrea Chignoli. Elenco: María Alché. Duración: 71 minutos. Calificación: apta para todo público. Distribuidora: Rita Cine. Nuestra opinión: buena.
Un movido trayecto en ferry, preludio del viaje interno que comenzará minutos después, deja a una actriz (María Alché) en la costa de Puerto Williams, en la ribera sur del canal de Beagle. El motivo de su presencia en el lugar es reunirse con el equipo de filmación de una película para la que fue convocada. Sin embargo, apenas desembarcada y por azares del destino, un imprevisto demora varios días la llegada del resto. Esta primera ausencia (más tarde se revelarán otras, más íntimas y movilizantes) llevará a la mujer a recorrer el lugar, a hablar con la gente, a conectar con el momento y el espacio. Y esas charlas, en principio sin una intención concreta más allá del amable intercambio, la ayudarán a reflexionar sobre sí misma, y por consiguiente, transformar su pensar, su sentir. Lo que sucede a su alrededor repercutirá directamente en lo más profundo de su ser.
En Cuando las nubes esconden la sombra, el director chileno José Luis Torres Leiva hilvana un relato que parece comenzar una y otra vez. Con cada encuentro, con cada interacción que tiene la protagonista, se suma un nuevo retazo a una reinvención de sí misma que comienza cada mañana, sin proponérselo, casi sin pensarlo. Una agenda que se encuentra inesperadamente alterada, deriva en una soledad e incertidumbre, que se transforma en pausa, en un tiempo “quieto” que se convierte en tácito pretexto para iniciar un viaje, introspectivo, sin moverse de la isla.
En este film -que se estrena luego de su paso por el Festival de San Sebastián y la muestra Contracampo, realizada en Mar del Plata en 2024-, la decisión narrativa se complementa con la elección estética de una cámara que se mantiene inmóvil, que pasa casi inadvertida, dándole a cada interacción la importancia de la palabra por sobre todas las cosas. Solo se trasladará para registrar el paisaje, un entorno que también suma protagonismo cuando María lo hace parte de sí misma.
Cine de autor que elige salir de las convenciones y abrirse paso hacia el espectador con una propuesta cuya aspiración es no resultar indiferente a los ojos de los que la ven, sino todo lo contrario: cuestionarlos en un plano sensible e íntimo. Claro que el riesgo (siempre hay un riesgo) es perder en el camino a aquellos que no conecten con la situación ni recorrido espiritual de María, como tampoco con los tiempos que propone la película. En ese caso, la búsqueda de emoción probablemente redunde en tedio, y la reflexión que se busca consolidar desde el guion termine siendo como la melodía que intenta tocar una niña (en uno de los momentos más logrados del film): virtuosa, pero con herramientas imperfectas.
Quizás una de las decisiones más interesantes del entramado sea vestir la odisea de María con múltiples capas que no tengan necesariamente que ver con el discurso propio ni con la reflexión. El componente espiritual, mediante un rito indígena de renovación que realiza la protagonista. O también ese encuentro con un grupo de chicos, futuros actores y actrices, durante la creación de una escena donde las voces individuales se convierten en una composición grupal.
Cuando las nubes esconden la sombra es una película discreta, que regocija incluso cuando no entusiasma. La necesidad de exponer a corazón abierto las búsquedas, los duelos, y la inevitable metamorfosis que traen aparejados y su camino hacia la purificación. Quien vaya con ese espíritu a verla descubrirá una obra que, aun en su simpleza, dice mucho más de lo que parece. Y muestra incluso más de lo que queremos ver.