lunes, 18 de agosto de 2025 01:23
En un rincón donde el viento acaricia las dunas y el agua aún corre limpia por los ríos, la ceremonia de la Pachamama sigue latiendo como un corazón antiguo. Mary Delgado, coplera y guardiana de este ritual, ha dedicado su vida a mantener viva la llama que encendieron sus mayores. Entre recuerdos de infancia, cantos heredados y un profundo sentido de responsabilidad por la naturaleza, nos comparte su experiencia. En esta conversación, Mary revela el valor cultural de esta ceremonia, la importancia de transmitirla a las nuevas generaciones y la urgencia de cuidar nuestra casa común: la Tierra.
PV: ¿Qué significa para vos la ceremonia de la Pachamama?
Mary: Para mí tiene una significación muy intensa y profunda. Es mantener viva la cultura de mis mayores, la que viví de niña y adolescente. Aunque me fui en busca de trabajo y futuro, casi todos los años volví a casa en agosto, justo cuando se celebraba y coincidía con el cumpleaños de mi mamá y el mío. Con el tiempo, al tomar más conciencia y responsabilidad, decidí hacerlo de manera comunitaria. Mi madre y mi abuela ya no están, y yo tomé la posta.
PV: ¿Cómo es el desarrollo de la ceremonia?
Mary: Comienzo sahumando la boca de la Pachamama y a los presentes, explicando el significado del sahumado. Luego se ofrenda con semillas, verduras, frutas. En Tatón (una localidad de Tinogasta), la gente cocina mote, locro, mazamorra, pelones; quien tiene ganado ofrece su mejor cordero. Es un acto de agradecimiento y alimento a la tierra. Yo suelo ser la última en ofrendar, cerrando con una copla, o compartiendo ese momento con otro coplero.
PV: ¿Cómo transmitís el sentido de este ritual a quienes participan?
Mary: Les explico por qué lo hacemos en agosto, qué significa el despertar de la tierra, qué es corpachar. Invito a tomar conciencia de que somos custodios del agua, la tierra y el aire. A los turistas también les pido que cuiden, para que las futuras generaciones encuentren lo que hoy disfrutamos. Mi intención siempre es dejar un mensaje claro y profundo, como el que dejaron en mí mis mayores.
PV: ¿Qué lugar tienen las futuras generaciones?
Mary: Para mí, la mejor forma de transmitir este conocimiento es de manera práctica. Hace poco lo compartí con mis compañeros de senderismo, y eso me demuestra que la siembra está dando frutos. Nuestra cultura fue silenciada durante mucho tiempo, pero poco a poco más personas se animan a recuperarla. No es religión ni brujería, es cultura, es conciencia. Siempre les digo que nos tenemos que hermanar y ser responsables.
PV: ¿Qué papel juega la copla en esta tradición?
Mary: En otros tiempos, la vidala y la copla eran la única música. Se cantaban después de la ceremonia, como parte de la celebración. Hoy invito a que no se pierda, aunque cada vez hay menos vidaleros. Para mí es un género profundo: la caja es como el corazón que late junto al canto. He cantado desde niña, aunque me costaba hacerlo en público. Personas como Alico Espilocin me animaron, y hoy lo hago para dejar enseñanza, sobre todo en ceremonias o reuniones.
PV: ¿Sentís que tu mensaje llega?
Mary:Sí, cuando alguien me dice que nunca me había escuchado pero le llegó al corazón, siento que el mensaje está vivo. Me gustaría que haya más espacios para transmitir este canto. Mi nieta, por ejemplo, canta vidalas en Tierra del Fuego y cuenta que su abuela es de la cordillera. Eso me da esperanza.
PV: ¿Recordás tu primera ceremonia?
Mary: Sí, la recuerdo como si fuera ayer. Yo tendría unos ocho o nueve años. Estaba mi madre, mi abuela y todos los vecinos reunidos. Me impactó el silencio respetuoso con el que se hacía cada ofrenda. No entendía todo, pero sentía algo muy fuerte en el corazón, como si la tierra misma me abrazara. Ese día supe que era algo que me iba a acompañar toda la vida.
PV: ¿Qué cambios has notado en la participación a lo largo de los años?
Mary: Antes eran casi siempre los mismos pobladores, gente de la zona. Hoy vienen personas de distintos lugares, incluso de otros países. Algunos llegan por curiosidad y otros con mucho respeto. Me gusta ver que muchos se quedan con el mensaje y lo llevan a sus comunidades. También noto que hay más interés de los jóvenes, y eso es fundamental para que la tradición no se pierda. Sé que aún me quedan muchos caminos por recorrer allí.
PV: ¿Qué sentís al cerrar la ceremonia con tu copla?
Mary: Es un momento muy especial. Es como ponerle el sello al encuentro, como cerrar un círculo. Cuando canto, no pienso en si lo hago bien o mal, sino en que cada palabra llegue. La copla para mí es un puente entre lo que siento y lo que quiero transmitir. Muchas veces termino con lágrimas, pero son lágrimas de gratitud.
PV: ¿Cómo te gustaría que sea la ceremonia dentro de 50 años?
Mary: Me la imagino viva, fuerte, cuidada por personas que la entiendan y la respeten. Sueño con ver a niños y jóvenes haciendo ofrendas con la misma emoción que tenían nuestros mayores. Y me gustaría que, además de la ceremonia, sigamos cuidando el entorno, que los ríos sigan limpios, que los árboles sigan dando sombra, que la tierra siga dando frutos. Porque si no cuidamos eso, la ceremonia se quedaría sin su raíz más importante: la vida misma.
PV: ¿Qué le dirías a alguien que nunca participó en una ceremonia de la Pachamama y siente curiosidad?
Mary: Le diría que venga con el corazón abierto. Que no se preocupe por saber todos los pasos, porque la ceremonia se entiende. Le diría que venga con el corazón abierto. Que no se preocupe por saber todos los pasos, porque la ceremonia se entiende mejor viviéndola. Que observe, que escuche, que sienta la conexión con la tierra bajo sus pies, viviéndola. Que observe, que escuche, que sienta la conexión con la tierra bajo sus pies.
PV: ¿Qué mensaje final dejarías?
Mary: Que todos se sientan parte. Que en sus casas puedan sahumar, hacer la ceremonia, cuidar el agua y la tierra. Que enseñemos desde el amor, no desde un pedestal. Yo no quiero imponer, quiero invitar. Si alguien quiere cantar, yo lo acompaño para que encuentre su propio canto. Todos tenemos algo para decir. La Pachamama es nuestra casa y cuidarla es responsabilidad de todos.
Reflexión
Creo que siempre hay esperanza. Cada vez que veo a un niño sembrar un árbol, a un joven recoger basura del río, o a una familia entera hacer su ofrenda, siento que el mensaje está germinando. No importa cuán grande sea el mundo ni cuán pequeños nos sintamos, siempre podemos hacer algo bueno por la tierra. Si cada uno pone su granito de arena, la Pachamama nos seguirá abrazando por generaciones.
Memoria viva: testimonio que une pasado y futuro
Cada agosto, cuando el frío empieza a ceder y la tierra se despereza, Juan Ayosa se prepara para uno de los momentos más importantes del año: la ceremonia de la Pachamama. Entre ofrendas, coplas y el aroma a hierbas, revive un legado que aprendió de niño. Para él, este ritual no es solo una tradición, sino un compromiso profundo con la naturaleza y con quienes vendrán después.
PV: Juan, ¿qué significa para vos la ceremonia de la Pachamama?
Juan: La Pachamama todos la conocemos como la madre tierra, pero la palabra “Pacha” significa mucho más que eso: lugar, tiempo, espacio, cosmos, universo. La Pachamama es todo, absolutamente todo. En la cosmovisión andina, es un enorme ser viviente cuya bondad también es inmensa. Ella da todo, a todos, sin excepción. Por eso, ¿cómo no decirle “gracias” a la Madre Pacha, si desde que nacimos nos brinda lo que somos y lo que tenemos? ¿Y cómo no pedirle “perdón” si el hombre, que recibe tanto de la naturaleza, rara vez coopera y muchas veces solo devuelve daños? Nuestros abuelos y ancestros lo tenían muy claro.
Yo mismo crecí viendo a la gente mayor, antes de beber algo importante para ellos, destinar un primer sorbo para la Pacha, como un gesto de amor. Los pueblos originarios han sido discriminados, atacados y acusados de paganismo, pero lo único que yo hice fue investigar y concluir: no hay nada vergonzoso en nuestras costumbres. Al contrario, quiero mostrarlas y practicarlas, defender la naturaleza como lo hacemos desde hace siglos: cantando, diciendo plegarias, bailando. Las ceremonias de agradecimiento a la Pachamama son milenarias y no tienen un dogma fijo. Cada uno lo hace como lo siente, guiado por el corazón, siempre con profundo respeto. En algunos lugares es en silencio; en otros, con alegría. El sentimiento, sin embargo, es el mismo: decir “gracias” y “perdón” a la Pachamama.
PV: ¿Que interpretación tiene y que elementos se presentan?
Juan: El común denominador de estas celebraciones es el respeto y lo que se siente desde el corazón. Cada quien interpreta a su manera: algunos llevan sahumerios, plantas aromáticas, esencias; otros, comidas o bebidas especiales; otros, flores; otros, instrumentos para un homenaje musical; y hay quienes prefieren meditar. En el fondo, siempre es una pregunta: ¿qué le ofrezco yo a mi madre naturaleza?
PV: ¿Quienes pueden participar de esta ceremonia?
Juan: En el Pacha Raymi (“fiesta de la tierra”), cualquiera puede participar porque todos somos hijos de la madre tierra. Lo único importante es el respeto. El anfitrión, o dueño de casa, organiza y decide quién sahuma, quién abre la boca de la Pachamama para depositar las ofrendas, si se hace de pie o de rodillas, o si se construye una apacheta (altar de piedras que simbolizan los deseos).
También se puede hacer el “abrazo al árbol”: conectar con el Ukhu Pacha (las profundidades de la tierra) a través de las raíces, sentir el Kay Pacha (el aquí y el ahora) en el tronco, y elevarse al cosmos por las ramas. Todo lo que se haga cantos, oraciones, música se pide primero al anfitrión por cortesía, pero no hay reglas absolutas. Todo nace de un sentimiento natural y profundo.
PV: ¿Nos podes contar alguna anécdota?
Juan: Una anécdota inolvidable fue en 2004, en Los Morteritos, Cerro Urco Campos. Estábamos representando en piedras la figura del símbolo solar diaguita. Esa mañana llegaron chicos de la escuela 995 de Andalgalá. Una maestra me propuso contarles qué hacíamos, pero yo les sugerí vivir una ceremonia de la Pachamama: elegir piedras, dar de comer a la tierra, abrazar árboles. Todo salió hermoso, y cerca de las 9 nos fuimos. En el camino vimos autos a gran velocidad; al llegar a casa supimos que había sido el terremoto del 7 de septiembre de 2004. Los techos de las aulas donde estudiaban esos chicos se habían desplomado. Si hubieran estado allí, habría sido una tragedia. En la ceremonia, en pleno cerro, no sentimos nada. Yo lo llamo “el milagro de la Pacha”.