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Crónica desde el Ancasti: lo que pasó en Vilismán

Ya es domingo 21 de septiembre y reconforta saber que hoy no solo se festeja el Día del Estudiante y la primavera: también se celebra que, una vez más, las vecinas y vecinos de la Sierra de Ancasti le seguimos diciendo sí al agua, al monte y a la vida tranquila que se lleva por estos lugares, y no a la minería de litio, que intenta explotar este cordón serrano que tanta vida guarda y resguarda.

La sensación de ser parte del paisaje

Eran cerca de las 8 de la mañana cuando un grupo de vecinxs de distintas localidades del Ancasti —Monte Redondo, San José, El Taco, Acostilla— emprendimos el camino desde Anquincila. El aire estaba fresco, aunque el sol ya anunciaba un día caluroso. Una semana antes, el Ministerio de Minería había difundido en sus portales la convocatoria a una reunión de “participación ciudadana” para el viernes 19 de septiembre en El Alto, departamento con el que compartimos las Sierras de Ancasti.

Son 71 km desde Anquincila a Vilismán por la ruta que recorre la cima de las sierras y que regala postales capaces de conmover el corazón de cualquier viajero: cañadas interminables cubiertas de árboles autóctonos, la vista inmensa de San Fernando del Valle de Catamarca desde la altura, puestos antiguos con casas bajas de piedra y techo de paja y, sobre todo, el vuelo del cóndor andino, especie emblemática hoy en peligro de extinción. Ese gigante majestuoso transmite la sensación de formar parte de algo mucho más grande: lo que habita desde la cima hasta las entrañas de la sierra, lo que estamos llamados a cuidar y proteger.

Llegar a Vilismán es llegar a un poblado que no solo se ve, también se siente tranquilo. La plaza me recuerda al patio de la casa de mis abuelos: llena de árboles altos, con bancas pintadas de colores, pasto donde todavía se puede una sentar y casi nada del cemento que invade a los “espacios verdes” en la provincia. Aquí aún se conserva la frescura, sin la mala costumbre de transformar todo en el mismo molde de rejas, caños y cemento.

La reunión informativa del pueblo a la empresa

Entramos al salón: unas 80 personas. A las 11, los representantes de la empresa Litios del Norte S. A. expusieron durante menos de media hora lo supuestamente inofensivo de la exploración, con mapas, proyecciones, tecnicismos y promesas de trabajo y desarrollo local.

Cuando terminaron, empezó la verdadera reunión: el pueblo tomó la palabra. Desde 2017, en el departamento de Ancasti hay amenazas de minería de litio. En Santa Gertrudis, una exploración con maquinaria pesada se hizo a menos de 200 metros de viviendas, afectando animales, cultivos y casas, sin ninguna información previa. Aquella vez se montó una falsa audiencia pública también en Vilismán con apenas tres autoridades municipales del departamento. Desde entonces, vecinas y vecinos nos organizamos para juntar información, mantenernos alertas y decir expresamente NO a la extracción de litio en el Ancasti, hoy amenazado por esta primera etapa de exploración que incluye la perforación de 30 pozos de 150 metros de profundidad en la cumbre, donde nacen los ríos y se concentra gran parte del bosque. Una región que depende exclusivamente de las precipitaciones, cada vez más escasas, donde cuidar el agua es fundamental: cada gota de lluvia se espera y se agradece.

“Yo les pregunto a todos los que criamos vacas, caballos y cabras… ¿Qué va a pasar cuando el Río Grande comience a secarse? La mayoría de nosotros somos productores agropecuarios”, interpeló un vecino de El Alto. Otro preguntó si esta era la misma empresa que había trabajado antes, y exigió respuestas a ingenieros y geólogos sobre la desaparición de las napas.

A medida que el micrófono pasó a ser de la comunidad presente en esa reunión, los rostros de los funcionarios del gobierno y de la empresa se tensaban. Hablaron personas que habían viajado desde Frías (Santiago del Estero) ya que cualquier explotación, también afectaría a las ciudades limítrofes que se abastecen del agua de las Sierras. Se destacó la intervención del sacerdote de El Alto, oriundo de Andalgalá, quien recordó las detonaciones de los años 90 y relató cómo la Minera Alumbrera secó el Campo Los Pozuelos, en Santa María, donde su abuela criaba animales hasta que la falta total de agua la obligó a vender. Lo dijo en respuesta al ingeniero de Litios del Norte, que en un momento de la reunión llegó a afirmar que La Alumbrera fue un ejemplo de “minería responsable”. También expresó su preocupación por el aumento alarmante de los casos de cáncer en Andalgalá.

“Me parece que a todos los habitantes se les debería preguntar si están de acuerdo. Porque vienen y dicen que van a hacer todo esto… ¿con quién lo decidieron, con quién lo hablaron? Muchos no entendemos sus informes”, dijo una vecina de Vilismán.

Las horas pasaban, y lo que esperaban que fuera una mera formalidad burocrática en el avance de las empresas mineras sobre los territorios, se transformó en un acto de identidad y voluntad vecinal, esta no era una reunión informativa de la empresa a la ciudadanía, sino al revés: era la comunidad informando a la empresa y al Estado que la Sierra de Ancasti no se toca. Algo estaba claro: no se lo esperaban.

Los profesionales de la empresa llegaron incluso a increpar a algunxs vecinxs, preguntando cuánta agua creían que consumen los animales que crían o hasta cuánto consumen nuestras heladeras. Ya no había vuelta atrás. Las y los pobladores hablaron ahí mismo, micrófono en mano, sobre el río Trapiche, una gran herida abierta en la Puna catamarqueña. Hablaron también de que hace 30 años hay minería en Catamarca y de que seguimos siendo una de las provincias más pobres del país, pero eso sí, con gobernantes cada vez más ricos.

Al final de la jornada prevalecía la memoria de los pueblos

Con un Estado completamente funcional al extractivismo minero en Catamarca, donde se aprueban informes de impacto engañosos que se liberan a último momento, y donde los mecanismos de participación ciudadana no son más que una puesta en escena para legitimar la promoción minera a costa de los habitantes de los territorios, queda claro que, por más promesas de desarrollo que se hagan, no se puede tapar el sol con una mano.

Estar ahí presentes se vivió con nervios pero el resultado fue un respiro: a veces toca cuidar defendiendo, y eso lo tenemos muy claro. Todo esto sucede en un contexto donde las leyes que deberían protegernos se flexibilizan cada vez más, legitimando el avance de las multinacionales sobre nuestros territorios. Una muestra de voluntad popular de esta magnitud desarma el engranaje que, a fuerza de persecuciones, represiones y amenazas, el gobierno de Catamarca cree tener asegurado: la falsa creencia de que pueden hacer lo que quieran con nosotros, con los lugares donde vivimos, con los espacios que habitamos. La mayoría del pueblo catamarqueño y de las personas que pueblan la Sierra de Ancasti tenemos en la memoria la existencia de un manchón negro de más de 7 km en el Salar del Hombre Muerto, y que ese manchón era un río, el Trapiche, hasta que la minería de litio lo secó. Conocemos lo que provocó La Alumbrera. Sabemos también que prometen trabajo, pero cada dos por tres aparecen denuncias por condiciones laborales infrahumanas, como las de la minera Zijin en Fiambalá.

El viernes quedaba claro que el Ancasti no es un territorio apartado, que sabemos lo que pasa, que sabemos lo que la minería produce en cada territorio donde se instala. y esta verdad quedaba demostrada frente a los técnicos que mandó Litios del Norte -que no entendieron nada- y a los funcionarios que trajo el Ministerio de Minería, que no supieron cómo manejarlo. No tuvieron respuestas porque no las hay. Porque ya no se pueden esconder las consecuencias, así como tampoco nos van a callar.

EL ANCASTI NO SE TOCA. FUERA MINERAS DE NUESTROS TERRITORIOS.

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