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Algo en que pensar mientras lavamos los platos
Por Rodrigo L. Ovejero
Uno nunca sabe cuándo va a cruzarse en su camino un corazón roto. La otra noche, en la quietud de la madrugada profunda, sonó a lo lejos, “You”, de Ten Sharp. De inmediato advertí la presencia del desengaño amoroso haciendo de las suyas otra vez. Nadie en su sano juicio escucha Ten Sharp si no es para llorar alguna traición.
Lo curioso, en este caso, era el volumen al que sonaba esta canción. Podía percibir, además del sonido, las vibraciones motivadas por los graves. Quienquiera que estuviese allí con el corazón lleno de agujeritos había decidido que todos sus vecinos debíamos compartir su dolor. No puedo menos que disentir con esta conducta, en mi opinión los golpes al corazón se lamentan en la intimidad, qué es eso de importunar la sana cotidianidad de los demás acusando a viva voz la crueldad de las idas y vueltas del amor. Pero supongo que del mismo modo en que algunos anuncian su amor con pasacalles los finales también se tienen que publicitar.
El caso es que, pese a que tomé precauciones apenas escuché los primeros compases del tema –ese piano endiablado y grasiento- no pude evitar caer en los siguientes días por un agujero negro de música pop ochentosa y noventosa del cual todavía estoy tratando de salir. Esto es una complicación, no solo porque no es mi preferencia habitual, sino porque además corro el riesgo de empezar a recordar pérdidas amorosas si no detengo la reproducción a tiempo. No en vano el protagonista de uno de mis libros favoritos (“Alta Fidelidad”, de Nick Hornby) se preguntaba si era miserable porque escuchaba música pop o escuchaba música pop porque era miserable.
En los siguientes días, por supuesto, jugué al detective sentimental y me propuse averiguar quién de mis vecinos había dedicado esa madrugada al recuerdo del ser amado al compás de Ten Sharp. Por una cuestión etaria lógica descarté a todos los menores de cuarenta años y observé con atención a todos por arriba de esa franja, para ver si sus rostros delataban la muerte del amor, o si se conducían en sus autos escuchando éxitos de hace treinta o cuarenta años recomendados por nueve de cada diez cardiólogos para aliviar las angustias del corazón.
Hasta el momento no puedo sacar conclusiones definitivas, así que he decidido adoptar un enfoque más agresivo. Como dicen, si Mahoma no viene a la montaña, la montaña va a Mahoma, así que desde mañana caminaré las cuadras de mi barrio con Ten Sharp sonando a todo volumen en los altavoces de mi celular. En el almacén, en la plaza, en las esquinas, no dejaré metro por recorrer. Por supuesto, la mayoría de los vecinos me mirarán con aprensión, como corresponde, pero habrá alguien en cuya mirada se reflejará el inequívoco temblor de los ayeres perdidos, y entonces podré señalarlo y decirle que si va a llorar un amor perdido tenga la decencia de hacerlo en horarios prudentes, porque algunos al otro día tenemos que ir a trabajar.
