Las maniobras tendientes a insuflar épica de resistencia colectiva a las protestas por la condena a Cristina Kirchner degeneraron en grotesca parodia con el ataque vandálico a la sede de TN y Canal 13. Las manifestaciones de respaldo a la expresidenta podrán tener mayor o menor impacto en una sociedad mayormente refractaria a involucrarse en todo lo que tenga que ver con la política, pero no puede de ningún modo caracterizárselas como violentas.
La incursión en los estudios de Artear resaltaría en tal contexto como una excepcionalidad, si no fuera por la identidad de los vándalos. El más sorprendente es José Lepere, quien se desempeñó como el número dos del Ministerio del Interior que conducía el actual diputado nacional Eduardo “Wado” de Pedro durante el gobierno de Alberto Fernández. Se trata de un exfuncionario de altísima categoría, nada menos que secretario de Interior, al que se le desconocían hasta ahora estas propensiones al salvajismo.
También participaron de la agresión Ezequiel Pavón, consejero en la Universidad de Tres de Febrero, Facundo Lococo —concejal en Tres de Febrero hasta 2023— y Matías Federici, todos vinculados a la agrupación La Cámpora. El trío respondería al actual concejal de ese partido bonaerense Juan Debandi. Un quinto pandillero, único detenido hasta ahora, es Alberto Enrique Alejando Grasso Rivaldi, empleado del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) a quien ya se le libró telegrama de despido.
Una primera inquietud tiene que ver con las cualidades emocionales de la gente seleccionada por La Cámpora para ocupar representaciones institucionales. Ningún militante o adherente raso del cristinismo incurrió en desmanes como el protagonizado por un exviceministro del Interior, un consejero universitario y un exconcejal.
Otra, más grave, es el carácter ejemplar que podrían tener sus conductas en sectores de menor rango. La violencia ejercitada quien fue nada menos que brazo derecho de “Wado” De Pedro, exministro del Interior y uno de los más caracterizados miembros del entorno de Cristina Kirchner, podría ser considerada por otros sectores y personajes menos conectados como una habilitación para pasar de las consignas a los hechos.
Hay una línea interpretativa muy enfática que traza analogías entre la inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos y ser candidata impuesta a CFK y la brutal proscripción de todo el peronismo que instrumentó la Revolución Libertadora que destituyó a Juan Domingo Perón en 1955, denominada también “Fusiladora”.
El razonamiento demanda considerables omisiones históricas y esfuerzos interpretativos, pero en cualquier caso consigue calar en enclaves convencidos de que CFK es heroína de una gesta y víctima de una conjura cósmica orquestada por los poderes fácticos. Esta hipótesis política engrana con el odio y las celebraciones por la condena de personajes deleznables como el diputado nacional libertario José Luis Espert, en una combinación potenciada por las redes sociales que estimula impulsos primitivos y peligrosos.
El ataque a TN y Canal 13 se inscribe en ese clima que por fortuna no consigue extenderse en una sociedad más bien harta de sobreactuaciones y estallidos coléricos. No conviene, sin embargo, subestimar los alcances de conductas desvariadas como la de este Lepere degradado de viceministro a vándalo. La propia Cristina fue blanco de un intento de magnicidio perpetrado por una banda de marginales delirantes que suponían ser agentes de la historia. En política, el desenfreno de las pasiones es peligrosísimo.