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La voz como herencia, el canto como fuego

lunes, 21 de julio de 2025 02:03

En Catamarca, cuando la Fiesta del Poncho empieza a latir, no es solo el escenario lo que se arma. También se arma la memoria. Se arma ese tejido de voces, pañuelos, coplas y coraje que las mujeres dejaron como herencia. Porque si hay algo que ha atravesado esta fiesta desde sus orígenes es la fuerza del canto femenino. No solo por las que están hoy, arriba del escenario o en las peñas, sino por aquellas que estuvieron antes, abriendo camino con una guitarra y una verdad entre los labios. Mercedes Sosa y Silvia Pacheco fueron dos de esas voces que no solo cantaron: dijeron, reclamaron, acariciaron, gritaron. En un tiempo en que no era fácil ser mujer y mucho menos artista popular con compromiso social, ellas hicieron del escenario un lugar donde se podía decir lo que en otros espacios se callaba.

La que le puso voz al pueblo y al dolor

Hablar de Mercedes es nombrar mucho más que una cantora, es nombrar a una mujer que fue capaz de ponerle voz a una época entera. Su raíz era tucumana, pero la sentimos propia. Subió al escenario del Poncho en la edición de 2006, en lo que se recuerda como un concierto único y cargado de emoción. Más allá de eso, fue una de las pocas que se animó a cantar cuando cantar era riesgoso, cuando el arte estaba vigilado, cuando decir era subversivo. Y lo hizo desde la tierra, desde la raíz andina, con la fuerza de la caja y la hondura de la zamba. “Yo no canto por cantar…”, decía Mercedes, “…canto porque la guitarra tiene sentido y razón”. Y con eso nos enseñó que la música podía ser un arma dulce, un refugio, una bandera sin tela pero con alma.

En ella, la canción era grito contenido, caricia profunda, puñal contra la injusticia. Se plantó ante dictaduras, exilios, injusticias, sin renunciar nunca al arte ni a la ternura. Su voz sigue viva. No por nostalgia, sino por verdad. Porque hay algo en su forma de cantar —ese temblor contenido, esa respiración medida, ese eco que parece venir desde siglos atrás— que no puede morirse. Está en cada joven que hoy canta una chacarera con respeto. En cada mujer que se anima a subir a un escenario sin más escudo que su historia.

La que habló desde adentro

Silvia fue distinta, pero igual de gigante. Una cantora popular nacida en Catamarca, criada entre cerros, monte y pueblo. A diferencia de Mercedes, su historia fue menos visible, más silenciosa tal vez, pero no por eso menos potente. No solo fue una gran intérprete: fue maestra, formadora, madre del canto con caja. Tenía una voz que no buscaba brillar, sino sostener. Cantaba como quien da la mano, como quien dice: “Acá estoy, no estás sola”. Muchas la recuerdan en las peñas, en los talleres, en los escenarios menores, esos donde se construye lo grande. Nunca dejó de cantar lo que dolía y lo que sanaba. Una vez dijo en una entrevista: “Cantar no es solo tener una linda voz. Es tener algo que decir, aunque tiemble el alma”. Y eso hizo toda su vida. En cada Fiesta del Poncho donde participó, Silvia llevó no solo su talento, sino el eco de muchas otras mujeres que no habían tenido la oportunidad de subirse a un escenario. Silvia no solo defendía una estética: defendía una forma de vivir el arte desde la raíz, desde la pertenencia, desde el compromiso con el lugar que la vio nacer. Fue puente entre generaciones, entre el decir antiguo y el presente que pide memoria y dignidad.

El canto colectivo

Cuando hablamos del Poncho, no hablamos solo de una feria o un festival. Hablamos de un espacio simbólico donde el pueblo se muestra a sí mismo. En esa muestra, las mujeres han tenido que abrirse paso con el canto como bandera y Mercedes y Silvia, cada una desde su lugar, construyeron esa bandera. Una la agitó desde lo alto, con proyección internacional. La otra la bordó desde abajo, sosteniendo la cultura local. Ambas entendieron algo que aún hoy nos cuesta: que cantar no es solo entretener, es también enseñar, curar, protestar, resistir. Es hablarle al otro desde un lugar que no tiene defensa, que es la emoción. Hoy, que sus voces ya no suenan en vivo pero siguen presentes. Hoy, cada vez que en la Fiesta del Poncho una mujer canta, algo de ellas se vuelve a escuchar. Porque cuando una mujer canta, la tierra escucha. Y la memoria también.

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