InicioDeportesEl contexto empuja a Milei a ser un presidente de consenso

El contexto empuja a Milei a ser un presidente de consenso

“Tenés que hacer lo que tenés que hacer”. El popular dicho norteamericano (“You’ve gotta do what you’ve gotta do”) explica muchas veces inesperados giros de líderes que, de pronto, se comportan de una forma diferente a la esperada. Los estudios de historiadores y cientistas políticos sobre esta cuestión son profusos, en particular en relación con los presidentes de Estados Unidos. Una síntesis simplista: la manera más adecuada de comprender la naturaleza del liderazgo presidencial combina tres factores que interactúan de manera dinámica.

Por un lado, los recursos institucionales formales e informales. Esto abarca los atributos o funciones definidas por las reglas del juego básicas, incluida la Constitución, hasta aspectos propios de la cultura política del país. Así, se definen límites y oportunidades que los líderes encuentran a lo largo de su gestión. Por ejemplo, los mandatarios norteamericanos necesitan la ratificación del Senado para designar a los principales integrantes de su gabinete. En contraste, a los argentinos les basta un decreto. En algunas sociedades, los presidentes fueron vistos (y hasta cierto punto continúa ese legado) como semidioses o monarcas absolutos. Ocurre en México, donde se recuerda la institución del “besamanos”: cada 1º de septiembre, en ocasión del informe presidencial, los principales dirigentes de la política, la economía y la sociedad civil literalmente le besaban la mano al presidente en el Palacio de Gobierno frente al Zócalo, la principal plaza de la capital.

Por otro lado están las cualidades del líder: personalidad, experiencia, valores (o ideología), inteligencia emocional, flexibilidad, resiliencia, capacidad de persuasión, carisma… Cada presidente es único: su historia de vida y familiar, su formación intelectual y profesional y el bagaje o acervo con el que llega a desempeñar la máxima magistratura de un país influyen de manera decisiva en la calidad de sus decisiones.

Finalmente, el contexto histórico: cada coyuntura, local e internacional, es única. Diferentes realidades les permiten a los líderes desplegar sus talentos, mostrar sus virtudes, minimizar sus defectos… ¡o todo lo contrario! La historia está repleta de casos donde el factor suerte jugó un papel trascendental. ¿Qué hubiera sido de Fernando de la Rúa con el boom en el precio de las exportaciones agroindustriales que disfrutaron los Kirchner o con el inédito apoyo por parte de los EE.UU. que tuvo Javier Milei? Napoleón Bonaparte seleccionaba a sus generales en función de dos cualidades: talento y suerte. Y todos recordamos la película Match Point de Woody Allen. El hombre y sus circunstancias, diría Ortega y Gasset, para quien la identidad es contextual. Las circunstancias (aun las más extremas) no crean al ser humano, sino que revelan su carácter.

Los líderes enfrentan desafíos espinosos que exponen ese delicado equilibrio entre lo que pueden, deben y desean hacer. Por lo general, predominan los dos primeros y se debe postergar el tercero. Muchos llegan con agendas ambiciosas, pero pronto deben resignarse a priorizar metas mundanas o elementales. Otros ofrecen programas más austeros o acotados, pero enfrentan coyunturas históricas extraordinarias, como en los casos de Henry Truman o más tarde Gerald Ford (en nuestro medio, Julio Cobos y su famoso voto “no positivo” en el conflicto por la resolución 125, cuyos coletazos, sobre todo el rechazo al estatismo intervencionista extremo, los zafarranchos fiscales y la consecuente estanflación, explican buena parte del comportamiento electoral del domingo pasado).

Javier Milei llegó al poder impulsado por una ola de indignación ciudadana, rechazo al establishment político y demanda de un cambio radical. Tal vez con menor intensidad, fatigado por los costos de la estabilización y las sospechas de corrupción, ese mismo espíritu acaba de ser ratificado en las urnas. Así, legitimado nuevamente por la voluntad popular, afirmado política y simbólicamente y con el inestimable y oportuno apoyo de EE.UU., se puede sentar a negociar con gobernadores y otros actores políticos y sociales claves desde una mayor fortaleza relativa. “Antes iba de punto, por eso lo mandaba a Guillermo Francos. Ahora, va de banca, más tranquilo”, afirma un senador que se prepara para apoyar los proyectos de reforma que enviará el Poder Ejecutivo, aunque no pertenece a LLA.

A menudo los presidentes comienzan sus gobiernos manteniendo en gran medida los estilos y narrativas que desplegaron durante la campaña, en un comportamiento inercial que cuesta revertir. Pero la lógica de la gestión demanda otros atributos, lo que lleva a una revisión y, con el tiempo, a un cambio adaptativo. Milei, forzado ahora a negociar y generar acuerdos, a valorar los “matices”, a identificar comunes denominadores que le permitan avanzar en su agenda transformadora, atraviesa ese proceso. Él mismo reconoció que la derrota del 7 de septiembre precipitó un “aprendizaje forzoso” y un salto al pragmatismo. Ya había prometido no volver a insultar. Todo hace suponer que tan “loco” no estaba. “Se está comportando de manera más presidencial”, reconoció esta semana un respetado politólogo estadounidense que sigue América Latina desde hace casi medio siglo. “Lo único que le falta es dejar de usar la campera negra”, bromeó… “¡a menos que se consiga una Harley Davidson!”.

Eso no es todo: hasta ahora el Gobierno se autopercibía débil e imaginaba o veía conspiraciones en su contra. El notable triunfo electoral y la impresionante reacción de los mercados cambiaron de cuajo la situación. Veremos qué formato adopta esta nueva relación con los gobernadores y otros bloques afines. Un modelo posible puede ser el de “presidencialismo de coalición”, que inventó y perfeccionó el sistema político brasileño, y que le permitió a la mayoría de los presidentes de esta transición a la democracia, que no gozaban de mayorías parlamentarias, seducir a una masa crítica de legisladores con posiciones claves en el gabinete nacional (con las notables excepciones de Fernando Collor de Melo y Dilma Rousseff, lo que explica sus destituciones). Algo de eso ya había hecho Milei al incorporar al gabinete a Patricia Bullrich y Luis Petri, otros grandes ganadores del domingo pasado junto con Rogelio Frigerio, que, luego de integrar la fórmula de JxC, se volvieron férreos defensores del Gobierno y facilitaron el acercamiento de otras figuras claves, como Diego Santilli, Cristian Ritondo y Guillermo Montenegro, medulares para recuperar la provincia de Buenos Aires.

Un número aún indeterminado de gobernadores y de legisladores de ambas cámaras se convertirán en socios estratégicos en un esquema de cooperación que el propio Presidente se resistía a aceptar. Negociar leyes es apenas el principio: esto implica compartir poder, abrir el gabinete, resignar cuotas de control y aceptar que, en democracia, gobernar también es convivir. No confundir con las coaliciones electorales que luego terminan en gobiernos “de presidente”.

El principal desafío, no obstante, es sostener esta metamorfosis sin perder su capital simbólico: seguir siendo quien prometió cambiarlo todo. El Milei del Movistar Arena, micrófono en mano cantando clásicos del rock y de la música popular argentina, tiene una base de apoyo que necesita preservar. Convertirse de la noche a la mañana en un líder atildado como François Mitterrand puede ser contraproducente. Estas nuevas credenciales deben establecerse de manera gradual.

Milei se apresta a tocar esa otra melodía que tanto desvela a Kicillof. Parece haber madurado a los golpes, a fuerza de cometer errores y de pagar costos importantes. Pero tiene la gran oportunidad para pasar a la historia. Siempre son mejores la flexibilidad y la capacidad de adaptación que sostener la tozudez a cualquier precio y terminar vapuleada por bailar sola en un balcón.

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