Vargas es chacarero y, antes de recibir esa bendición simbólica, ya había sembrado su propio camino en TikTok, donde acumulaba seguidores a partir de performances como bailarín. Hoy, ese recorrido artístico lo encuentra consolidado como uno de los nombres en crecimiento dentro de la música popular argentina. “Tu jardín con enanitos” se convirtió en una de las canciones más escuchadas y virales del país, alcanzando los primeros puestos de Spotify y siendo reconocida como Mejor Canción Viral en los Premios Ídolo Argentina 2025, impulsada por su fuerte circulación en redes y playlists.
El presente exitoso no lo obnubila. Valentín sostiene un discurso marcado por la humildad y la perseverancia, con un mensaje claro hacia los jóvenes que apuestan por sus sueños. “Hace mucho que no veía a mi familia y esta va a ser una Navidad diferente, porque van a faltar personas en la mesa”, confió en una entrevista realizada en el programa Fuera de Formato, conducido por Evelyn Herrera y transmitido por Radio Ancasti 98.5. La frase, simple y directa, condensa un rasgo central de su identidad: la familia como sostén.
Ese mundo íntimo convive hoy con escenarios cada vez más grandes, giras intensas y una exposición que no siempre coincide con la imagen idealizada del éxito. Antes de la música, Valentín fue bailarín. Y no uno improvisado. Desde muy joven se desempeñó como profesor de danzas, con 27 alumnos a los 16 años, y viajó a Córdoba para competir, donde obtuvo un quinto puesto en una competencia de alcance internacional. “Pensé que de eso podía vivir. Con los recursos que tenía, estaba bien”, recuerda.
La pandemia truncó ese proyecto, pero sin saberlo abrió otro. “Empezamos a subir videos a TikTok todos los días. Al principio tenían cinco mil reproducciones. Después uno llegó a 27 mil y se armó un efecto dominó. TikTok, gracias por existir”, dice, sin ironía. La danza y las redes sociales fueron la llave, pero con el tiempo el canto empezó a ocupar el centro de la escena.
Hoy reconoce que el cuerpo sigue siendo una herramienta pendiente. “Si me preguntabas hace tres meses te decía que bailar. Ahora estoy más enfocado en la producción y en el canto, pero quiero volver a bailar para potenciar la puesta en escena, invitar bailarines”. No reniega de su pasado: lo piensa como parte de un todo que aún está en construcción.
En ese recorrido aparece siempre Brandon, amigo, socio y hermano elegido. “Nunca dejamos de ser nosotros. Él me apura, me presiona: ‘dale, estás durmiendo’”, cuenta Valentín. La relación es tan central que no se imagina el escenario sin él. “Yo lo necesito al lado mío, en el agite, bailando. Tiene un corazón muy grande”.
Esa sociedad se prueba en la práctica. En uno de sus primeros shows en la Ciudad de Buenos Aires, en Museum, Brandon no figuraba en la lista. “Como que no estaba para ese show. Conseguimos un pasaje para el otro día para que vaya”, recuerda. Resolver sobre la marcha parece ser parte del método.
El ritmo actual es demoledor. “Le metemos cuatro o cinco eventos por finde y los nervios siguen estando como si recién empezáramos. Si no sentimos nervios, algo mal estamos haciendo”. Y la escala no modifica la sensación. “Sala del Rey en Córdoba, casi mil personas, y después Uruguay para quince. Los mismos nervios”. En ambos casos, la conexión con el público se impone: sube gente al escenario, baja a bailar, canta con los ojos cerrados.
Las canciones, asegura, no son abstractas. “Siguen teniendo nombre y apellido, manos y patas”, dice, sin esquivar la exposición emocional. “No lloro, pero no hacemos terapia: nuestra terapia es el grupo”. En ese núcleo aparece Egor Nieva, su mejor amigo, y una idea recurrente: el proyecto como refugio colectivo.
Cuando habla de folklore, no se refiere a un género musical, sino a un origen. “Es mi tierra, mi familia, el canelón de mi abuela. El otro día comí unas empanadas en Córdoba y me hicieron acordar a las de ella. Son las raíces”. Esa identidad también se expresa en el vestuario: una chaqueta-poncho con la imagen de la Virgen del Valle. “Es con quien más empatizo, con quien siento que tengo una charla. A Dios le tengo mucho respeto”, explica. Antes de salir a escena se persigna y pide que todo salga bien y que la gente disfrute.
Esa indumentaria fue la elegida para una noche histórica: el 20 de julio de 2024, Valentín se presentó por primera vez en la Fiesta Nacional del Poncho, en la jornada que cerró Ulises Bueno. El joven chacarero deslumbró al público que colmó el Escenario Mayor y vivió uno de los momentos más significativos de su carrera.
Tocar en Catamarca es especial, por eso el sabor amargo que dejó la suspensión de su presentación en la Feria del Patio a raíz de un fuerte temporal. “La pasamos mal. Turbulencia en el avión, lluvia, equipos mojados, todos al doctor para ver si seguían andando”, contó entre risas, aunque lamentó las pérdidas de los expositores. El show aún no tiene nueva fecha, pero los fanáticos locales ya pueden agendar el 9 de enero, cuando se presentará en Las Juntas.
Evolucionar
La autoexigencia es una constante, a veces un límite. Lo admite sin rodeos al recordar su participación en un show junto a Rusherking. “Canté mal, erré notas. Venía de un vuelo de nueve horas, fui directo al Ópera, no calenté la voz. Canté feo”. Hoy trabaja con una fonoaudióloga tras haber pasado una semana sin voz. “Hablo hasta por los codos”, dice, con humor.
Valentín no se siente en la cima. “Estoy en un 75 por ciento de lo que quiero hacer. No estoy en mi peak”. Prefiere pensar el proceso como evolución. “Pongo el corazón en el proyecto. Las colaboraciones me gustan así: juntarse, tomar mates, trabajar con gente que considero buena artista”.
El 2025 terminó de confirmar su crecimiento: la firma de un contrato discográfico, presentaciones de alto perfil, grabaciones, viajes y una agenda cargada de shows en distintos puntos del país. Todo eso sostenido por un equipo que no funciona como industria, sino como familia. No hay estructuras rígidas ni jerarquías distantes. “Somos amigos, hermanos, y vamos aprendiendo”.
Cuando habla a los más chicos, baja la voz y sube la convicción. Recuerda cuando, a los 21 años, no tenía para comer en Córdoba, dormía en el departamento de un amigo y no sabía cómo volver. “Me decían que se me pasaba el tiempo, que estaban gastando plata en mí. Aposté igual. Nadie te quita lo bailado”. La caída, dice, enseña. “La persona que supo estar arriba, caer y volver a levantarse, no la para nadie”.
El futuro inmediato incluye teatros, salir del circuito exclusivo de boliches y ampliar el público. También un giro musical: menos cumbia pura, más baladas, piano y reversiones de canciones icónicas. “Queremos gozarla más”, admite.
Quizás por eso, cuando vuelve a pensar en su abuela, en la mesa incompleta y en los canelones, Valentín no habla de nostalgia, sino de sostén. De cantar ante una multitud, sí, pero siempre sabiendo de dónde viene.
Texto: Pablo Vera
Fotos: Gentileza Valentín Vargas
