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Rubén Stella, de su pasión por el tango a su gran historia de amor y la firme decisión de la que se arrepiente

Si Rubén Stella no hubiera sido actor, hubiese cantado tangos. Durante ocho años el actor condujo Mi refugio, los domingos por la tarde, en la 2×4, la radio de tango de la ciudad. Y en febrero se despidió de los fines de semana para hacer Almacén de tango, de lunes a viernes de 15 a 17, con muchas expectativas. Además, protagoniza Buenos Aires tango y misterio, un espectáculo de su autoría que tiene funciones itinerantes. LA NACIÓN conversó con el actor sobre el origen de esta pasión que lo acompaña desde niño. También recordó a Alfredo Alcón, quien le dio la primera oportunidad para entrar en el mundo de los artistas y habló sobre Hombres de ley, un unitario que fue una bisagra en su historia.

-¿Sos muy tanguero?

-Cuando mis amigos compraban discos de los Rolling Stone, yo compraba Raúl Berón con (Miguel) Caló o (Aníbal) Troilo con (Francisco) Fiorentino, íconos para mí. El tango me acompañó toda la vida. Solía decir que lo único que me faltaba era bailar… y ahora bailo desde hace 25 años y se lo debo a Milena Plebs. Un día fui al Festival de Tango de Granada a hacer la obra sobre Discépolo El sueño del poeta. Estaba tomando algo en el salón y se acercó Milena para invitarme a bailar; le dije que no sabía bailar tango. Y me respondió: “qué clase de actor argentino sos, que no sabés bailar tango”. Y tenía razón.

«Siempre quise ser actor», asegura Rubén StellaNoelia Marcia Guevara – La Nación

-¿Y qué pasó después?

-Al poco tiempo me junté con una actriz y bailarina, Diana Roffé, que sumamos al espectáculo, y ella me animó a aprender a bailar tango. En la Academia Nacional del Tango me regalaron una escultura porque soy uno de los actores que más espectáculos tiene sobre tango. Buenos Aires tango y misterio, que hacemos con Roxana Fontán y Daniel García, es una historia que escribí y que está basada en una idea que venía madurando desde hace años y es que la poesía universal de occidente se fundó sobre tres grandes poetas: Homero, Cátulo y Horacio. Nosotros en el tango tenemos dos Homeros, Manzi y Expósito, un Cátulo, Castillo, y un Horacio, Ferrer… Por eso mi tarea en la radio, más que difundir el tango, es reivindicar las letras porque son poetas extraordinarios.

-¿Sos de los actores que soñaba con una vida sobre el escenario desde muy chiquito?

-Nunca pensé otra cosa de mí. A los 7 años, cuando me preguntaban qué iba a ser cuando fuera grande, respondía: “actor” y se me reían en la cara. Me decían: “bueno, está bien, pero de qué vas a trabajar”. “De actor”. La tenía clara. Raro porque no tengo ningún antecedente: mi mamá era costurera, mi papá trabajó toda su vida en una fábrica de jabón y tengo un hermano que nada que ver con el espectáculo. Salí medio colifa [risas]. Siempre quise ser actor. Fui a un colegio industrial de capricho porque iban mis amigos y cuando descubrí que iba a tardar un año más en entrar al Conservatorio de Arte Dramático, en tercer año me cambié a un nacional. En el examen de ingreso, a mis 17 años, estaban Alfredo Alcón y María Rosa Gallo.

-¿Siempre te ganaste la vida como actor?

-No. Antes fui tachero, masajista, dibujante técnico. Durante casi diez años trabajé como dibujante en la Comisión Nacional de Zonas de Seguridad, que era un proyecto geopolítico creado por Perón en 1949 para custodiar las fronteras y que ya no existe. El golpe de Estado me agarró ahí y eso me salvó la vida. Yo militaba en el peronismo; a los 20 años era secretario general de una unidad básica y un día me fueron a buscar y un comodoro, con quien me llevaba pésimo porque era muy severo, me salvó la vida. “Este muchacho no tiene nada que ver”, les dijo. Después me llamó y me dijo: “¿en qué andás…? Ojo, estoy yo entre vos y la represión”.

-¿Cuál fue el primer trabajo que te puso en el lugar que siempre soñaste?

-En 1978, hice mucho teatro independiente y también espectáculos que tenían que ver con la militancia: Pequeño homenaje a Evita, Mientras haya cinco por uno, Canto desconocido. Un día me presenté en un casting para la obra Volpone o el zorro, un espectáculo muy lindo con Jorge Mayor en el que yo era pueblo y estaba con una máscara muerto de calor [risas]. En esa obra había un compañero que siempre decía que era amigo de Alcón. Me enteré de que iba a hacer algo en la calle Corrientes y le pregunté si podía recomendarme.

-¿Y lo hizo?

-Sí, habló y Alfredo le pasó su número de teléfono que yo tuve en el bolsillo durante dos semanas porque no me animaba [risas]. Finalmente, lo llamé, me atendió él y cuando le dije quién era fue muy amable y me citó para el otro día, en un bar frente al teatro Blanca Podestá. En la charla, me dijo que si me iba a recomendar por lo menos quería conocerme, pero que si era malo el que se quemaba era yo… Cuando crucé al teatro, diez minutos después, me dieron el libro y el personaje, que era el que abría la obra Lorenzaccio. El elenco era increíble: Alfredo, Rodolfo Bebán, Martha Bianchi, Susana Ortiz, Pepe Novoa, Algo Barbero, Carlín Calvo. Me enorgullece contar que el día del estreno, cuando le agradecí a Alfredo esa recomendación, me respondió que estaba orgulloso de haberme recomendado [se emociona]. Era un tipo divino. Y desde entonces nunca dejé de trabajar, excepto en algunos períodos por lo incierto del trabajo del actor. Hubo momentos en los que mi mujer bancó los gastos de la casa.

Rubén Stella: «Nunca dejé de trabajar como actor, excepto en algunos períodos por lo incierto de nuestro oficio. Hubo momentos en los que mi mujer bancó los gastos de la casa»Noelia Marcia Guevara – La Nación

-Poco se sabe de tu vida privada, ¿cómo es tu familia?

-Mi mujer se llama Patricia Vázquez, durante muchos años cantó en Vocal 5; nos presentó una amiga en común. Y tenemos tres hijos: Renata, Lucia y Juan Francisco. Mi vida es esto, yo soy un laburante. Me han ofrecido inventarme romances y los saqué corriendo. Me acuerdo de que estaba haciendo una tira con Verónica Castro y entró María José Demare para hacer un personaje, me propusieron armar un romance y dije que no, ¿en qué lugar dejo a mi mujer? Otra vez una periodista de una revista me propuso armar un escándalo con Marco Estel porque tenemos un apellido similar. Por supuesto, no acepté.

-Hiciste muchas ficciones, pero Hombres de ley fue una bisagra en tu carrera. ¿Qué recuerdos tenés de ese momento?

-Estuvimos tres años con el proyecto debajo del brazo. En el 1982 hice una obra en Teatro abierto, Chorro de caño, de un autor joven, Gerardo Taratuto. La hice con Norberto Díaz con quien ya teníamos ganas de presentar un proyecto. Hablamos con Taratuto y se le ocurrió la idea de contar una historia sobre dos abogados jóvenes; se llamaba justamente Abogados, en un principio. Quien era nuestro representante en ese momento nos dijo que nadie nos iba a prestar atención, que necesitábamos a una figura y nos sugirió a Osvaldo Terranova. Pero Osvaldo falleció en el trayecto. Teníamos que buscar a alguien más y en ese momento yo estaba haciendo un programa en ATC y me crucé en los pasillos con Federico Luppi, y le pregunté si le interesaba integrarse a un proyecto.

-¿Tuvieron que modificar algo de la historia que querían hacer?

-Sí, cambiamos el perfil del personaje y volvimos con la carpetita debajo del brazo a hablar con productores. La peleamos muchísimo hasta que nos dieron bola. No tuvimos dimensión de lo que era el programa porque nos ninguneaban con el rating. Hasta que cada uno de nosotros se dio cuenta de que mucha gente en la calle nos paraba para preguntar por Hombres de ley. Ese ciclo nos cambió la vida. Llegamos a ganarle a Bernardo Neustadt en su mejor momento y estuvimos tres años en el aire. No estuvo más porque yo no quise; propusieron pasar el programa a Canal 13 y me pareció injusto porque ATC había hecho todo el esfuerzo. Y terminamos. Después me arrepentí mucho porque nunca más volvimos a trabajar de esa manera. Después fue una tragedia para mí porque estaba acostumbrado a una manera de trabajo que nunca más se repitió; nosotros nos juntábamos a discutir cada libro, el elenco, y cada detalle.

-¿Y qué otros trabajos tienen un lugar especial en tu historia?

Discepolín fue mi primer protagónico importante en calle Corrientes. También Convivencia con Federico Luppi y Luis Brandoni, en donde aprendí muchísimo porque cuando no estaba en escena me quedaba en el lateral viendo lo que hacían esos monstruos. La Señorita de Tacna con Norma Aleandro. Fueron años de mucho aprendizaje. También Perdidos en Yonkers, con dirección de China Zorrilla. Me di unos gustos tremendos con Un guapo del 900 en el Teatro San Martín; Israfel en el Teatro Cervantes. Y durante siete años hicimos El encuentro de Guayaquil, de Pacho O’Donnell, con Lito Cruz. Cuando me llamó le dije: “Está bien, pero hago a Bolívar porque a San Martín ya lo hice”. Tuve el privilegio de interpretar al General San Martín en cine, en El general y la fiebre, y cuando me subí al caballo para filmar sentí que estaba cumpliendo el sueño del pibe. Además, un lugar que tiene que ver con mi deseo de ser actor es la radio porque escuchaba mucha radio desde chico. Son las cosas por las cuales soy actor.

-Se hacen pocas ficciones por el cambio en la industria y las políticas culturales, ¿qué pensás?

-Hubo un cambio en la industria que no fue acompañado por Actores, que mantuvieron una falsa dignidad, a mi criterio, por conservar lo que se había conseguido, pero si no hay trabajo, lo primero es conseguirlo y eso hace que uno empiece a reivindicar su tarea. Se mantuvieron muy firmes y creo que la decisión estuvo equivocada. Muchas producciones se iban a Uruguay para filmar porque les costaba menos plata llevar la técnica argentina y algunos actores, que trabajar acá.

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