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Matarratones: historia y origen de una de las calles con el nombre más curioso de Córdoba

El callejero cordobés está lleno de nombres de plazas, vías y avenidas que aluden a ciudades, personajes históricos, fechas que marcaron a la ciudad o personas que han influenciado en la misma. Si nos fijamos en los letreros situados en cada esquina de Córdoba, podemos encontrar algunos que nos llamen la atención y resulten curiosos, especialmente en el casco histórico. Anteriormente, hablamos de la calleja del Niño Perdido y la peculiar historia que se esconde detrás. Ahora, hablamos de otro de los nombres más particulares del callejero cordobés: Matarratones.

La historia de la calle Matarratones

Esta curiosa vía se encuentra en el barrio de San Agustín, a pocos metros de la Fuente de la Piedra Escrita y de una calle tan transitada durante el mes de mayo como es Pastora. Matarratones es una calle estrecha, de apenas 36 metros de largo y poco más de uno de ancho y en la que únicamente hay viviendas.

Para encontrar el origen de este curioso nombre es recomendable acudir a los libros de ‘Paseos por Córdoba’ de Teodomiro Ramírez de Arellano, toda una referencia del callejero cordobés y uno de los escritores más influyentes de la segunda mitad del siglo XIX en Córdoba, además de periodista, dramaturgo y ensayista.

Precisamente, en el primer tomo habla sobre la calle Matarratones. Este es su nombre original y, tal y como señala, durante el siglo XIX pasó a llamarse Simancas, hasta volver a la denominación primigenia. Ramírez de Arellano, detalla que el término de Matarratones tiene su origen en «el apodo de un antiguo vecino» que vivía en esa calle y al que los propios vecinos conocían así porque «tenía fama de perdonavidas y todos temían«. No obstante, cuando le tocó demostrar su valía, lo que puso de manifiesto fue «su cobardía», ganándose dicho apodo.

Lerero de la calle Matarratones.

Lerero de la calle Matarratones. / CÓRDOBA

Sin embargo, tal y como señala el texto se decidió cambiar el nombre al ser considerado «malsonante», aunque se desconoce por qué se optó por llamarla Simancas. Volviendo ya en el siglo XX a su primera denominación. El vecino también era conocido por no ser muy afable, ser algo huraño e incluso algo agresivo, por lo que «solo con su mirada podía matar ratones«.

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